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Archive for the ‘General’ Category

Una pequeña introdución de Erica Jong, de su libro «Fear of Flying»:

«When I was sixteen and called myself a Fabian socialist, when I was sixteen and refused to pet with boys who liked Ike, when I was sixteen and cried into the Rubaiyat, when I was sixteen and cried into the sonnets of Edna St. Vincent Millay-I used to dream of a perfect man whose mind and body were equally fuckable. He had a face like Paul Newman and a voice like Dylan Thomas. He had a body like Michelangelo’s David (“with those rippling little marble muscles,” as I used to tell my best friend Pia Wittkin, whose favorite male statue was Discobolus; we were both avid students of art history). He had a mind like George Bernard Shaw (or, at least, what my sixteen-year-old mind conceived of as George Bernard Shaw’s mind). He loved Rachmaninoff’s Third Piano Concerto and Frank Sinatra’s “In the Wee Small Hours of the Morning” above all other mortal music.»

Un poco largo, pero este retrato que hizo Erica Jong de su hombre perfecto me impresionó cuando leí Fear Of Flying hace ya muchos años. El primer efecto que tuvo su lectura fue hacerme buscar por todas las tiendas de discos de Madrid la versión de «In the Wee Small Hours» cantada por Frank Sinatra, no todo era tan fácil por aquel entonces: ni emule ni piraterías similares. Discoplay, Melody (aquella pareja encantadora de hippies), El Corte Inglés, eran escenario de mis búsquedas interminables entre toneladas de vinilo. Lo encontré en Melody; el primer álbum concepto de Sinatra publicado en 1956 bajo el sello Capitol. Miro en Wikipedia y el productor era nada menos que Nelson Riddle el tipo que colaboró con Frankie durante años y de cuyo trabajo en común surgieron los mejores discos de Sinatra.

Portada del álbum In the Wee Small Hours

El tono triste y desgarrado de todo el LP parece que fue culpa de Ava Gardner y de su separación, si no recuerdo mal, por culpa de un torero. Esto la verdad es que no dice nada bueno de Ava: cambiar nada menos que a Frank por Luis Miguel Dominguín me parece un dislate.

Según Wikipedia el álbum fue catalogado por Rolling Stone como el número 100 en la lista de los mejores de la historia, entre un total de 500. Los autores de la canción fueron Bob Hilliard y David Mann y tuvieron gracias a su genialidad la fortuna de colocar su obra entre las más versionadas de la historia: Barbra Streisand, Johnny Hartman, Astrud Gilberto, Lou Rawls, Carly Simon, Art Blakey, Count Basie, Keith Jarrett, Andy Williams, Wes Montgomery, Ruby Braff, Jamie Cullum, John Mayer, Jamie Callum, Gerry Mulligan, Ben Webster & Oscar Peterson, Julie London, Madeleine Peyroux, Sting, Wes Montgomery. Mis favoritas (aparte Frank) son las de Barbra Streisand, Carly Simon y Madeleine Peyroux.

Dejo aquí un enlace con la versión de Barbra Streisand y la de Frank Sinatra. Erica Jong vuelve a hablar de esta canción en otro pasaje de su libro, en una terrible confesión sobre el fin de su matrimonio:

«But what was the use of these pathetic fantasies? My husband had stopped fucking me. He thought he was working hard enough as it was. I cried myself to sleep every night, or else went into the bathroom to masturbate after he fell asleep. I was twenty-one and a half years old and desperate. In retrospect, it all seems so simple. Why didn’t I find someone else? Why didn’t I have an affair or leave him or insist on some sort of sexual freedom arrangement? But I was a good girl of the fifties. I had grown up finger-fucking to Frank Sinatra’s In the Wee Small Hours of the Morning. I had never slept with any man but my husband.»

Desde entonces me gusta oír esta canción en las mañanas tristes para profundizar en el dolor de vivir; pero también en esas otras en las que te levantas, miras el cielo sobre el Estrecho de Gibraltar, el faro de Trafalgar sigue ahí, incólume y eres feliz. Y los planes son ir a tomar el aperitivo a casa de Alain Uceda a Vejer de la Frontera, a su Casa del Arco nada menos. Una Cruzcampo, Alain, bien fresquita que vamos para allá.

En Los Caños de Meca, a 20 de abril de 2011.

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Vade retro, Zuckerberg

Excelentísimo Sr. Rouco Varela, me dirijo a usted con el debido respeto como representante que es (por persona interpuesta, Benedicto XVI) de Dios en España. He leído las declaraciones que hizo tras su reelección como jefe de los obispos españoles y no puedo evitar darle unos consejos a modo de consultoría de marketing, por ser usted quien es, absolutamente gratuitos.

Según he leído en El Mundo  su opinión sobre la Red es que peca de «desorientadora y propagadora del relativismo», opinión que suponemos emana de la doctrina del Papa, y por lo tanto es dogma.

La primera tarea para vender productos y servicios es tener claro a quién nos dirigimos, a quién venderemos nuestra oferta; en términos marketinianos, tiene usted que definir su target. Por las declaraciones que ha realizado, suponemos que encaminadas a definir un claim o slogan, parece que fija su target en los padres y madres de la generación de adolescentes y jóvenes que utilizan intensivamente las redes sociales. Es decir, hombres y mujeres cuya edad oscila entre los 40 y los 50 años. He de decirle Sr. Rouco que su target ideal está entre esos jóvenes y adolescentes que han nacido con un aparato digital entre las manos y he de decirle que mensajes como el que lanzó ayer tendrán escasa, por no decir nula, acogida entre ellos. Internet es tan natural como el agua que fluye de los grifos, la luna o el sol, para este target al que debería mimar con el fin de incrementar su rebaño de fieles.

Nosotros, los que ya tenemos una edad casi cincuentona, no tenemos remedio; seguiremos navegando por las procelosas aguas relativistas de la Red, entre Google y Wikipedia, rebuscando y pescando piezas más o menos pecaminosas. Sus mensajes no convencerán a los que a estas alturas no lo están y me temo que Internet no menguará ni un ápice la fe de los convencidos.

Lo dicho D. Antonio: más se atrae a las moscas con miel que con mensajes apocalípticos sobre Tuenti o Facebook, que no harán más que ahuyentar a los potenciales clientes de su parroquia.

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México D.F.

«México lo aguanta todo, es un país botín, país saqueado, país burlado, doloroso, precioso país de gente maravillosa, que no ha encontrado su palabra, su rostro y su propio destino».

No he encontrado mejor definición que esta de Carlos Fuentes para clavar lo que es México. El ritmo del taxi que me lleva desde el aeropuerto al centro de la ciudad, con una cadencia de frenazos y acelerones enloquecedora, me revela la primera realidad de la ciudad. El tejido urbano desde que sales de Benito Juárez hasta que llegas al centro se transforma en un fenómeno idéntico al de otras grandes ciudades, quizás aquí más bestial. Los arrabales que eran protagonistas en las películas de Luis Buñuel, y más recientemente en las de González Iñárritu, potencialmente letales para cualquiera que se adentre en ellos, se van dulcificando, limpiando, según recorres kilómetros y kilómetros. Enfilas el Paseo de la Reforma y sonríes tranquilo, home again. Torres gigantescas, malls, Sheraton’s, enormes sedes de bancos como el HSBC o BBVA Bancomer acogen al viajero solitario.

El lunes por la mañana soluciono temas de trabajo y llamo a mi primo Cristóbal Pera, cuatro años y medio ya en D.F. Planeamos comer juntos en algún restaurante y volver a cenar ese mismo día, en su casa, con su mujer Elizabeth Bobourg y mis sobrinos, Nicholas y Valerie.

La mañana en nuestras oficinas de D.F. me permite conocer las instalaciones y el equipo de México. El martes tengo que ir a Monterrey en viaje de ida y vuelta en el día, y hay que dejar todo cerrado. ¡Monterrey! Qué nombre tan mítico para alguien que se ha leído en su infancia todos los libros de El Coyote, el alias de don César de Echagüe, de José Mallorquí. Sesenta y dos novelas, más o menos, ambientadas en México y California que compensaban las aventuras malayas de Sandokan o los diferentes corsarios de Salgari.

Voy a recoger a Cristóbal a las oficinas de Random House Mondadori donde ejerce como director Editorial para Latinoamérica y USA. Nos sentamos en su despacho y me enseña un libro que está corrigiendo; son las últimas pruebas de imprenta del próximo libro de Gabo: Yo no vengo a decir un discurso (Literatura Mondadori, 2010).

En el despacho de Cristóbal, en Random House Mondadori (México D.F.)

Bros Oyster Bar es donde decide Cristóbal que comamos, un local en Polanco con un encanto especial. Madera, cuero, luz ténue y aires de bar neoyorquino. Nos tomamos un reposadito (shot de tequila y shot de zumo de tomate bien aderezado y picante) y unas micheladas. Ceviche y pescado a la brasa (tipo lubina), todo de diez.

Reposadito en Bros Oyster Bar

El reencuentro con mi primo después de unos años sin vernos nos deja tras la comida con la sensación de que se nos han quedado muchos temas por hablar. Por la noche ceno en su casa y seguiremos platicando.

Vuelvo a recoger a Cristóbal a Random House y damos un paseo hasta Tori Tori para comprar la cena. El mejor japonés de la zona de Polanco, donde encargamos niguiri, makis, sashimi, rolls variados…  Llega Beth con los niños que, me cuenta Cristóbal, andan alborotados con mi visita. Son pequeños y prácticamente sólo han vivido en D.F., así que la familia española no es habitual en sus vidas. Aparece el tío Antonio y es como si llegara Santa Claus. Nicholas y Valerie me miran fijamente, su tiempo es otro, viven con intensidad y cada segundo cuenta. Me tiran de la mano, me preguntan por España, cada uno me quiere sólo para sí mismo. Una delicia de sobrinos y una experiencia sentirse tan bien recibido, tan lejos.

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No me puedo resistir. El texto que ha leído Zapatero en la oración matinal de The Fellowship, se merece un comentario.

El capítulo elegido del Deuteronomio, el 24, está incluido en la parte más «social» del segundo libro de Moisés. Se llama así por el origen griego del nombre:  déuteros nómos o «Segunda Ley». (Wikipedia, mi cultura bíblica se limita a haber visto dos veces «Los Diez mandamientos», la de Charlton Heston).

Por cierto, excepto sectores muy tradicionales de las Iglesias Católica, Protestante y Judía, las propias jerarquías aceptan la variada autoría de este libro, atribuido durante siglos a Moisés.

En el Deuteronomio aparece el texto que ha leído ZP: «No explotarás al jornalero humilde y pobre, ya sea uno de tus hermanos o un forastero que reside en tu tierra, en tus ciudades. El mismo día le darás su salario, y el sol no se pondrá sobre esta deuda; porque es pobre, y de ese salario depende su vida» (24,14-15).

Según Carlos Soltero (“Das Deuteronomium und die Menschenrechte”, TQ 166 (1986) 8-24) “el espíritu del Deuteronomio” es en definitiva la preocupación por el hermano. Una sociedad fraternal referida no sólo a los hombres, porque el Deuteronomio no se centra simplemente en el varón, hace referencia explícita a la igualdad entre hombre y mujer, cosa extraña en las religiones de la época.

No menos importante es el abrazo que ofrece a todos aquellos que convivían con el pueblo de Israel, pero que no pertenecían al mismo por nacimiento. El Deuteronomio exige proteger y atender a extranjeros (inmigrantes, esos que no caben aquí) y a otros miembros del pueblo judío, como los levitas que no tenían derecho a poseer tierra santa. Más curiosa aún es la referencia a los animales, como el buey y el asno, que deben gozar del descanso sabático.

Está más que claro el motivo por el que Zapatero ha elegido esta cita: resume toda la estructura de su discurso político, especialmente el que está utilizando durante la crisis.

Quizás hubiera sido más actual elegir alguno de los variados Apocalipsis para definir la situación real o percibida en España hoy. La verdad es que los medios, actuando como portavoces de los políticos, han amplificado el mensaje hasta llegar a producir terror en las calles y una sensación de advenimiento del fin del mundo. Para muchos, los parados, la verdad es que ese momento se debe parecer bastante.

Como decía Robert Shallow a sir John Falstaff  «Jesús, Jesús, las cosas que hemos visto«.

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Viernes por la tarde. La luz madrileña entra por la ventana y me siento a gusto tumbado en el sofá leyendo un libro que apoyo sobre mi pecho para disfrutar de una canción, «A felicidade»:

«A felicidade é como a gota
De orvalho numa pétala de flor
Brilha tranqüila
Depois de leve oscila
E cai como uma lágrima de amor»

Vinicius y Jobim, vaya pareja de geniales músicos y gamberros que se bebieron la vida mientras componían canciones que uno no se cansa de oír desde hace veinte, treinta años.

Sigo leyendo el libro «Ensayos» de Natalia Ginzburg. El capítulo «Mi psicoanálisis» me sorprende con este relato de una sesión con su psicoanalista:

«Un día le dije que nunca conseguía doblar las mantas de manera simétrica y que eso me provocaba complejo de inferioridad. Salió un momento de la consulta y regresó con una manta, la plegó aguantándola con la barbilla y quiso que también yo intentase plegarla. La plegué y para complacerlo le dije que había aprendido pero no era cierto, porque todavía hoy me resulta difícil plegar las mantas de manera simétrica».

Reconozco que tengo obsesiones así a diario, y son manías que asumes como normales. Cada mañana la toalla después de la ducha debe quedar colocada de manera simétrica, colgando exactamente con la misma medida a izquierda y derecha. Este detalle me ocupa un rato todos los días. El orden posterior de la operación cosmética, es invariable; peinado, desodorante, afeitado, crema y colonia. Me visto siempre con el rito, por ejemplo, de ponerme primero el calcetín izquierdo, y si un día me equivoco, cosa que nunca pasa, me quito el calcetín derecho y empiezo de nuevo. Lo de las baldosas de la calle ya no me ocurre porque apenas quedan de aquellas que ocupabas con medio zapato e ibas calculando para que la línea quedara justo entre el tacón y la suela. 

Los cubiertos en la mesa, los interruptores alineados, la servilleta en el servilletero doblada exactamente igual cada día, las gafas doblando primero la patilla izquierda y la forma de enrollar la cuerdecilla… quizás debería visitar al psicoanalista.

El iPod en función aleatoria salta a John Coltrane y su «Blue Train»; me levanto y decido escribir en el blog estas sensaciones y obsesiones; es más barato y rápido que pedir hora en la consulta del psicoanalista.

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J.D. Salinger (17.556)

Acaba de ocurrir. Ha muerto. El autor de «El guardián entre el centeno» fue uno de los que más noticias produjo al margen de su obra en el siglo XX. Cada pocos años surgía algún nuevo scoop que nos contaba un litigio o escándalo sobre su fobia a los medios, para proteger su intimidad, o los intentos de rapiña de su familia.

Su obra más conocida y leída ritualmente por millones de jóvenes, «The Catcher in the Rye», sigue entrañando para mí el misterio sobre cómo pudo convertirse en semejante fenómeno de masas. Las aventuras del joven Holden Cauldfield durante su estancia en Nueva York, perdido en su adolescencia y en la gigantesca ciudad, son sin embargo un inigualable relato sobre la angustia de esa etapa de la vida. Creo que lo releeré. (Tengo la edición de Alianza del año 1986, así que lo leí con 25 años.)

Tiene Salinger otro libro mucho mejor: «Nueve cuentos». El relato «Un día perfecto para el pez plátano» es para mí,  junto a «Bartleby el escribiente» de Melville, uno de los mejores que se han escrito. La historia de Seymour y su encuentro con la niña en la playa es de los que te dejan una herida en el alma.

Siendo también joven, viviendo en San Francisco, compré los otros libros de Salinger: «Franny and Zooey», «Raise High the Roof Beam, Carpenters» y «Seymour: an Introduction». Buenos todos, pero insisto en la calidad del primer relato de «Nueve cuentos».

Preparémonos para ver a Salinger a todas horas en los medios de comunicación, algo que le espantaba y a lo que está condenado tras su desaparición. R.I.P.

p.d.: no pongo ninguna foto porque sólo consiguieron robarle un par de ellas y todo el mundo las conoce.

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Rápida, eficaz y espectacular entrada en acción de Estados Unidos en Haití. Todo el poderío capaz de desplazar en días 10.000 marines a la isla destrozada; la fuerza militar más grande del mundo puesta en esta ocasión al servicio de la solidaridad, y de nuevo un helicóptero en acción que resume todo en una imagen. Como aquellos que despegaban de la embajada norteamericana de Saigón en 1975.

Los diplomáticos norteamericanos huyen de Saigón en 1975

Obama en horas bajas de popularidad, con el lobby republicano-financiero-seguros en armas contra sus medidas anticrisis y su proyecto de seguridad social a la europea, ha vuelto a recuperar parte del crédito que se le otorgó cuando ganó las elecciones hace un año.

Ahora la foto del helicóptero aterrizando en el palacio presidencial, del que desembarcan los marines en misión humanitaria, representa en una sóla imagen el mensaje que quieren que todos sepamos: los americanos han llegado y lo han hecho en el jardín del Presidente. Más claro, el agua.

Los marines aterrizan en el palacio presidencial (El País)

Mientras, en España estamos en el debate de que no cabemos más; el garrote goyesco una vez más enarbolado contra los desheredados. Eso sí, mucha limosna para los negros haitianos que están lejos y allí no molestan.

Lamentable.

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Nos, los amos del mundo, hemos derrocado e instaurado gobiernos en decenas de países; siempre que ha sido útil y rentable. El último ejemplo ha sido Irak, donde los americanos llevan seis años sosteniendo un Estado que nadie sabe cómo evolucionará cuando se vayan.

Ahora leo que en Haití el gobierno ha desaparecido, apenas existía antes de la catástrofe, pero nadie parece interesado en enviar los recursos que otras veces hemos invertido en beneficio nuestro. La noticia de El País relata la absoluta falta de gobierno en el momento en que más se necesita. Deberían, deberíamos, enviar allí un ejército de expertos en todas las áreas necesarias para poner en pié de nuevo Haití. Lo hemos hecho otras veces y en esta ocasión el nulo interés crematístico del empeño por una vez ennoblecería nuestra cooperación. 

Esto también es Haití. No voy a utilizar fotos de niños muertos

La palabra Caribe que tan a menudo en nuestro mundo capitalista es sinónimo de paraíso y destino de juergas sin fin, es hoy, no ya un sinónimo del infierno, sino el averno más cruel jamás imaginado.

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Reacción del público cuando Jake Scully doma el Ikran gigante anaranjado

Fiel a la llamada de la salvaje y eficaz campaña habitual emitida desde Hollywood, acudo con la mansa manada y con las gafas puestas a ver Avatar. Buena, no, muy buena. Un gran espectáculo que se prolonga durante casi tres horas. No ganará tantos Oscars como Titanic, espero que sólo le otorguen el de efectos especiales y, si existiera, el de «Instaurador de una nueva era en el negocio».  Tal como me había sugerido un crítico de cine en su columna, en medio de la película miré hacia atrás y el espectáculo me sobrecogió: un centenar de alienígenas con enormes gafas, inmóviles, sin aliento, seguían la historia.  

Como ya soy mayor, puedo comparar lo que experimenté al ver Avatar con lo que sentí hace ya 33 años cuando estrenaron otra película que significó un antes y un después: La guerra de las galaxias. Adolescente despistado, me quedé pegado a la butaca del cine Capitol (creo, lo que es seguro es que era en la Gran Vía) cuando tras los textos introductorios apareció una nave espacial que no terminaba nunca. Parecía que volaba por encima de nuestras cabezas y que se iba a llevar por delante todo el cine.

La historia que nos cuenta James Cameron es actual, pedagógica y espiritualista. Ecología, aromas de apocalipsis fin del mundo, y lo mejor, la visión panteísta de la Tierra y los seres que la habitamos. Todos unidos en el «ciclo sin fin» (El Rey León) los habitantes de Pandora se respetan entre sí, ya sean Na’vi, flora o animales fantásticos. Cuando pasan a mejor vida su espíritu se une a Eywa, un árbol sagrado que reúne a todas las criaturas muertas, en definitiva la memoria de la especie y de todo el planeta. Los malotes humanos, en autocrítica que honra como siempre a los americanos, parece que en lugar de invadir Pandora se preparan para arrasar Irak y el coronel Miles Quaritch (malo malísimo de libro) parece el general Norman «Stormin» Schwarzkopf . El vestuario podría estar inspirado en el telediario de ayer y uno no  puede dejar de admirarse por cómo los norteamericanos estrenan worlwide una película en la que la anterior asociación es más que evidente.

Salí con la sensación de haber asisitido a la refundación del cine como «Big Entertainment», y pensé que este Cameron podía haberse guardado algo para su siguiente película, pero no; este tío es de una avaricia brutal y no ha querido dar tregua al próximo que lo intente, se lo ha puesto realmente difícil.  

Afortunadamente el otro cine seguirá existiendo: el que nos cuenta humildes historias, como la tuya y la mía,  rodadas con presupuestos ajustados y con actores de carne y hueso.

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Buenos Aires (día 17.511)

Llego a Buenos Aires desde Santiago de Chile el miércoles 2 de diciembre a las siete de la tarde; con tres días por delante de reuniones, no sé si tendré mucho tiempo para conocer la ciudad. El hotel está en el centro (Diagonal con Sarmiento y Suipacha). Ducha, equipo básico y a cenar: móvil, tarjeta de crédito, pasaporte, mapa y una guía redactada por dos viejas amigas (mejor antiguas, no sea que se ofendan).

Me voy a la sección restaurantes recomendados y me decido por ir a Puerto Madero a pasear antes de la cena. Llego de noche, veraniega pero fresca, a esta zona de Buenos Aires recuperada recientemente con un resultado espectacular.

Puerto Madero y su puente Calatrava

En la orilla en la que termina el centro de la ciudad están los restaurantes y bares de copas más interesantes. Miro la carta de Cabaña Las Lilas y tras comprobar que los precios son exactamante el doble que los demás, me decido por El Mirasol del Puerto.

Bife y ensalada. Punto. Media botella de tinto argentino (malbec reserva) y flan con dulce de leche. Cena solitaria, me siento un poco triste por no poder compartir la cena y el espectáculo de Puerto Madero, iluminado con mucho arte. Por no faltar, tienen hasta un puente de Santiago Calatrava ( si quieres ser una ciudad que cuente hoy, pon un puente Calatrava ).

Puerto Madero de noche

El jueves cojo un taxi para ir a la oficina y cumpliendo el tópico, el taxista resulta ser un experto en macroeconomía, historia universal y en algunos momentos del trayecto psicoanalista. Me habla del Ser argentino, del expolio que los Kirchner han consumado en su país y del sentimiento de culpa de su nación. Me relata la masacre de los indios araucanos, y cómo los chilenos,  «Chile, siempre traidora con nosotros», los utilizaron para arrebatarles la Patagonia. Me libero en mi diván, recostado en el asiento trasero del taxi, y me desahogo de mi sentimiento de culpa por la conquista de América. El hombre me cuenta que ellos, «mucho peor», aniquilaron a los indios araucanos. Invitaban a cazadores norteamericanos a los que pagaban según el número de cabezas que traían de la Pampa. Cuando se dieron cuenta de que las indias se reproducían a velocidad superior a la del exterminio, comenzaron a pagar por cada pecho de mujer entregado. El desayuno del hotel (café, huevos revueltos, pavo ahumado, frutas y zumo) casi termina desparramado por el «diván».

Cogí muchos taxis en Buenos Aires, la mayoría en remise del hotel, y cada uno me dió una clase exprés sobre Argentina, Buenos Aires o la condición humana; muy útil cuando vas a estar en una ciudad tres días. Uno me habla entusiasmado de «España invertebrada», de ¡Unamuno! Prefiero no corregirle para no herir su orgullo albiceleste. El reverso de la moneda fue uno de origen indio, que nos recogió el jueves por la noche después de cenar, y estaba literalmente dormido sobre el volante; el hombre a lo mejor llevaba dos días sin dormir para ganar unos pesos extras.

El jueves ceno con Alejandra y con Bárbara (nuestra directora en Argentina) en la Trattoria La Parolaccia. Bárbara está embarazada, feliz en Buenos Aires, a pesar de las historias que nos cuenta: cuarenta asesinatos el último mes para robar, por ejemplo, un móvil. La verdad es que se ve la miseria por todas partes; familias enteras pidiendo limosna en un parque o en medio de las calles.

Casa en La Recoleta

Sin embargo es una ciudad monumental, con barrios como La Recoleta digno de París o Madrid, y calles tan atractivas como Corrientes, Florida, la Avenida de Mayo y su obelisco, o el barrio de Palermo.

La Chacra, en la Avenida de Córdoba

Visitas de última hora: Arandú, cinturones, Guido y sus mocasines y última comida en La Chacra el viernes, unas mollejas a la parrilla y un bife que me llevo de recuerdo a Madrid. Vuelo esta noche de vuelta a casa.

Buenas noches.

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