¿Hay algo más divertido que el sexo? Luis Bassat decía que sí y afirmaba que trabajar en una agencia de publicidad lo era. He tenido la suerte de practicar profusamente ambas actividades y a mí me gusta más la primera, aunque también me apasionaba la segunda. Y he de añadir una tercera pasión que a veces unida a las otras dos es digna de figurar en el Olimpo de los placeres mundanos: la gastronomía.
El momento mágico en la creación de cualquier receta es el de la entrada en la cocina con el espíritu de un aventurero. Un explorador que se adentra en la despensa, en la nevera y en el congelador con el ánimo encogido ante la sorpresa que pueda surgir y sobre todo con el aliento entrecortado por tamaña responsabilidad: la de poner en pié una nueva obra que emocione, guste y alimente a mi familia o a mis invitados.
Abro el congelador y encuentro una bandeja de Pecten Jacobaeus, molusco bivalvo más conocido por vieira. Maravilla de maravillas (las compré hace unas semanas y ni me acordaba) este bicho se llama así por los peregrinos que van a Santiago de Compostela adornados con sus conchas.
La base del plato serán las vieiras. Seguimos la exploración y el cerebro comienza a funcionar como Google, relacionando recuerdos gastronómicos. Las neuronas topan unas con otras y construyen asociaciones con o sin sentido que poco a poco van formando una idea. Se me ocurre que en la cocina como en el arte todo es ”plagio”. No en el sentido delictivo con ánimo de copiar, sino en el de la inspiración inconsciente que ha bebido en mil fuentes. Cada plato tiene detrás todos los platos del mundo desde la cueva neanderthal; como la pintura tiene detrás todas las pinturas desde Altamira y la música todas las músicas desde los ritmos primitivos.
¿Habrá perejil? En ese momento me acuerdo de Trillo y de su frase “al alba con un viento fuerte de levante” y me siento como un heróico Ulises explorando la despensa. ¡Eureka! Un ramillete verde brillante y aromático me impide apenas penetrar. Cojo el machete (en realidad un cuchillo gallego cebollero de la máxima calidad) y en un par de certeros sablazos me hago con dos ramitas bien verdes.
Una vez despejado el camino diviso en la penumbra el verde oscuro de una gran frasca de aceite extra virgen Castillo de Canena. Las neuronas siguen cruzando bytes y la receta va tomando cuerpo. Tengo las vieiras, el perejil y el aceite. ¿Habrá jamón? Si fuera así sería perfecto. Con esa cuarta pieza casi la tengo terminada. Indago en la nevera y descubro unas cuántas lonchas de jamón ibérico, no es necesario que sea Joselito. Para la finalidad que va a cumplir basta con que sea de buena calidad, pero no excelso.
Ya sólo falta el asiento, un ingrediente que dé al plato estabilidad y sacie el hambre junto a la vieira siempre escasa por dos motivos bien simples: es cara y es una grosería poner un plato lleno de ellas. Algo que cuadre y que justifique su presencia junto a las vieiras. Nada mejor que unas patatas gallegas de esas de piel oscura que, otra vez por casualidad, nos trajo Chicho Villa desde Lugo hace poco. Ajo, sal gorda y un ingrediente de última hora para dar modernidad al plato pero que es perfectamente prescindible: Mango Chutney.
Una vez ordenadas todas estas piezas sólo falta poner nombre a la receta, en realidad lo más fácil: “Vieiras a la Livingstone, supongo” en honor al médico, explorador y misionero David Livingstone que se adentró en la selva con el mismo ánimo aventurero que yo en mi cocina. Y en honor a Henry Morton Stanley (jefe de la expedición que el New York Herald organizó para buscar a Livingstone tras cinco años sin noticias) el sublime autor de aquella frase pronunciada con británica parsimonia tras encontrarse con el explorador y misionero en medio de África, a orillas del lago Tanganica: “Doctor Livingstone, supongo”.
También podría llamarse así, pero no me da la gana: Vieiras (Pecten Jacobaeus) salteadas y acostadas sobre una cama de patata de Lugo en rodaja, arropada con crujiente de jamón ibérico, regadas con zumo de aceite de oliva extra virgen, ajo y perejil, pimienta rosa, negra y blanca y dos gotas de vinagre de Jerez, y con una pincelada de Sweet Mango Chutney de Patak’s.
Ahí va la receta, aunque yo recomiendo adoptar el mismo espíritu aventurero de Livingstone y os animo a adentraros en la procelosa y selvática despensa y en la fría estepa de la nevera para crear un nuevo e insospechado plato a la “Livingstone, supongo”.
“Vieiras a la Livingstone, supongo.”
Zumo de aceite: en realidad no es ningún zumo. Se trata de mezclar en un recipiente aceite Castillo de Canena, perejil, dos dientes de ajo machacados, sal gorda, las pimientas y dos gotas de vinagre de Jerez. Conviene dejarlo hecho un rato antes de hacer el plato. Patatas gallegas: simplemente hervirlas en agua y cortarlas en rodajas no muy gordas que servirán de camas para las vieiras.
Crujiente de jamón ibérico: cortar el jamón en rectángulos del tamaño aproximado de las vieiras, meterlas en una bandeja en el horno a tope y cuando adquieran la característica de “crujencia” (nuevo palabro) sacarlas.
Saltear las vieiras en una sartén con un poco de zumo del aceite que habíamos preparado, por ambos lados, hasta que se doren. Para preparar el plato (ahora se dice emplatar, en fin) se colocan dos rodajas de patata, se bañan con el zumo de aceite, se pone el jamón crujiente en cada una, y encima se coloca una vieira. Se vuelve a bañar con el zumo. Se rocía el plato con el zumo de aceite en plan restaurante con pretensiones, ya sabéis, como pinceladas de arte moderno, y se hace lo mismo con el mango chutney.
En total, media hora. Creo que he tardado más en escribir este texto que en hacer el plato. Espero que si lo hacéis os guste, y sobre todo os animo a entrar en vuestras cocinas y despensas con el ánimo de Livingstone.
Una reflexión final. Recetas como ésta pueden ayudarnos a corregir ese terrible e inmoral despilfarro relatado por el Parlamento Europeo la semana pasada: 179 kilos de alimentos desperdiciados por cada ciudadano europeo.